sábado, 9 de julio de 2011

Donde tiene que morir el último bohemio de Lima




“En el bar Queirolo de la esquina de Camaná y Quilca donde uno se hizo hombre… donde uno aprendió filosofía, barrio y finta y la poesía cruel de no pensar más en ella”, dijo en el 2003 Eloy Jáuregui.

Este punto de encuentro clásico de bohemios y funcionarios, en el que los viejos intelectuales han sido reemplazados los fines de semana por cientos de jóvenes. Es un salón en el que no pasa el tiempo, en donde se mezcla el buen beber de un catador experto y la excelente comida, recomendada por el mismísimo Gastón Aucurio.


Tiene casi cien años de tradición. Donde empezó una historia con Carlos Queirolo por el lejano 1915 y para que tres generaciones después con Oscar Queirolo (actual administrador junto a su hermana, Dora Queirolo) sigan manteniendo ese buen comer de la Lima de antaño. No es un simple bar. Tienen los mejores Sancochados y Cau Caus de la ciudad y que decir de sus sanguches y quesos, que Manuel Prado cruzaba todo Camaná solo para comprarlos.

Paco Moreno, editor de La Primera, en el 2008 definió al Queirolo como un sitio que a veces parece una biblioteca donde se puede conversar con tranquilidad; otras veces parece un bar donde el humo de los cigarrillos se confunde en la noche. Aunque ahora Doña Dora Queirolo comenta que el que quiere fumar se le invita a hacerlo fuera, pues está prohibido por la ley antitabaco emitida desde el año pasado por el Ministerio de Salud.

Pero el Queirolo no siempre fue un Bar- restaurant. Se inició como una bodega. Pero no la clásica bodega del ‘chino’ de la esquina. Era un sitio donde se cataba vinos y otros licores acompañados de piqueos, comentó Dora Queirolo.



Pero antes la bodega funcionaba como Banco para la colonia italiana, sin tener las formalidades de una institución bancaria. Tanto así que lo conocían como El Banco Repetto. Lalo Pardo Figueroa, antiguo empleado, recordaría para una crónica del año 83, que el primer dueño fue un señor Cuculi. “Luego vino la familia Rospigliosi. Más tarde la sucesión Torrijo-Rospigliosi”, dijo.

‘La Florida’, fue el antiguo nombre del bar. Con Ernesto Queirolo, (papá ya fallecido de Óscar y Dora Queirolo) se toma el nombre con el que se le conoce ahora.

Para Dora Queirolo, la bodega se mantiene vigente por que conserva lo tradicional de la Lima antigua y bohemia. Para Óscar Queirolo es más que un negocio, el sigue ahí para mantener la tradición.

Pero no solo el gran Hudson Valdivia, el mejor declamador de Vallejo dejó una huella imborrable en el Queirolo. También lo será el único grupo bohemio que tiene su salón propio. “La hora Zero”. Es el último salón del bar, donde se detiene el tiempo y se aprecian las pintas de muchos y las fotografías de grandes de nuestra época que pasaron por el Queirolo.

Con 13 mesas, 50 sillas, 67 fotografías, tres ventiladores de techo el periodista Maynor Freyre escribiría. “Quien entre a este salón no se pregunta la hora: siempre por nunca jamás será Hora Zero”

Por Antonio Seminario

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