“En el bar Queirolo
de la esquina de Camaná y Quilca donde uno se hizo hombre… donde uno aprendió
filosofía, barrio y finta y la poesía cruel de no pensar más en ella”, dijo en
el 2003 Eloy Jáuregui.
Este punto de
encuentro clásico de bohemios y funcionarios, en el que los viejos
intelectuales han sido reemplazados los fines de semana por cientos de jóvenes.
Es un salón en el que no pasa el tiempo, en donde se mezcla el buen beber de un
catador experto y la excelente comida, recomendada por el mismísimo Gastón
Aucurio.
Tiene casi cien
años de tradición. Donde empezó una historia con Carlos Queirolo por el lejano
1915 y para que tres generaciones después con Oscar Queirolo (actual
administrador junto a su hermana, Dora Queirolo) sigan manteniendo ese buen
comer de la Lima
de antaño. No es un simple bar. Tienen los mejores Sancochados y Cau Caus de la
ciudad y que decir de sus sanguches y quesos, que Manuel Prado cruzaba todo
Camaná solo para comprarlos.
Paco Moreno, editor
de La Primera,
en el 2008 definió al Queirolo como un sitio que a veces parece una biblioteca
donde se puede conversar con tranquilidad; otras veces parece un bar donde el
humo de los cigarrillos se confunde en la noche. Aunque ahora Doña Dora
Queirolo comenta que el que quiere fumar se le invita a hacerlo fuera, pues
está prohibido por la ley antitabaco emitida desde el año pasado por el
Ministerio de Salud.
Pero el Queirolo no
siempre fue un Bar- restaurant. Se inició como una bodega. Pero no la clásica
bodega del ‘chino’ de la esquina. Era un sitio donde se cataba vinos y otros
licores acompañados de piqueos, comentó Dora Queirolo.
Pero antes la
bodega funcionaba como Banco para la colonia italiana, sin tener las
formalidades de una institución bancaria. Tanto así que lo conocían como El
Banco Repetto. Lalo Pardo Figueroa, antiguo empleado, recordaría para una
crónica del año 83, que el primer dueño fue un señor Cuculi. “Luego vino la
familia Rospigliosi. Más tarde la sucesión Torrijo-Rospigliosi”, dijo.
‘La Florida’, fue el antiguo
nombre del bar. Con Ernesto Queirolo, (papá ya fallecido de Óscar y Dora
Queirolo) se toma el nombre con el que se le conoce ahora.
Para Dora Queirolo,
la bodega se mantiene vigente por que conserva lo tradicional de la Lima antigua y bohemia. Para
Óscar Queirolo es más que un negocio, el sigue ahí para mantener la tradición.
Pero no solo el
gran Hudson Valdivia, el mejor declamador de Vallejo dejó una huella imborrable
en el Queirolo. También lo será el único grupo bohemio que tiene su salón
propio. “La hora Zero”. Es el último salón del bar, donde se detiene el tiempo
y se aprecian las pintas de muchos y las fotografías de grandes de nuestra
época que pasaron por el Queirolo.
Con 13 mesas, 50
sillas, 67 fotografías, tres ventiladores de techo el periodista Maynor Freyre
escribiría. “Quien entre a este salón no se pregunta la hora: siempre por nunca
jamás será Hora Zero”
Por Antonio Seminario
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