miércoles, 8 de junio de 2011

Cargando por un sueño

Elías Centeno. Trabajador del mercado de frutas.

Usan una camiseta verde para identificarse, tienen las mangas ligeramente levantadas para  mostrar la fortaleza de sus brazos, llevan una faja alrededor de la cintura y un martillo por si se presenta alguna complicación y están parados en cada esquina a la espera de clientes: Son los cargadores del Mercado de Frutas, quienes, literalmente, cargan el peso del mundo sobre sus hombros.

Cuando el gallo todavía no canta y las personas aún duermen, ellos ya están de pie,  desde las 4.00 a.m. hora en la cual el  mercado abre sus puertas, los camiones de carga retornan de sus viajes y los primeros compradores empiezan a llegar.


Uno de ellos: Elías Centeno

Elías es cargador hace doce años, cuando recién llegó de su natal Huancayo, en todo este tiempo, indica, que no se ha cansado y que viene ahorrando para poder ser propietario de un puesto. Mientras camina por el pasaje “A”  del mercado, va contando sus experiencias.

Son alrededor de 250 cargadores los que trabajan en el Mercado de Frutas, todos debidamente registrados en una asociación, y portando siempre un carnet que los identifica. Debido a que algunos ladronzuelos se hacían pasar por cargadores  y pedían las boletas a los compradores para recoger sus cajas de frutas y luego escapaban con la mercadería. 

Parecen hormigas laboriosas que van de un lugar a otro llevando sobre sus hombros y espalda  toda variedad de frutas, desde papayas, piñas, naranjas, pasando por las uvas, carambolas y fresas. Algunos usan sus carretillas cuando el pedido es mucho mayor. Grandes carretas pintadas de verde, que soportan un peso hasta de 150 kilos.


La edad no es obstáculo, menos para 'Roshi'  
    
Elías conoce a otra persona que hace el mismo trabajo, lo curioso es que tiene 73 años, ese es 'Roshi'. Un venerable viejo que se encuentra dándole los últimos sorbos a su caldo de mote. “Viejo, acá hay un chibolo que te quiere conocer” le indica Elías. Roshi se levanta,  se limpia la mano y me saluda. Tiene el cabello blanco pero pocas arrugas, cada brazo suyo parece una pierna mía. Mide casi 1.75 cm. y sonríe con una inocencia tímida.

Roshi cuenta los avatares de su labor diaria:  “llevo 30 años trabajando en el mercado, y todavía me siento chibolo, mientras uno tenga fuerzas,  tengo que seguir trabajando”, manifiesta mientras hace unos ademanes extraños con los brazos. “No tengo ni esposa  ni hijos, así que si no trabajo no como. Viví  solo toda mi vida y moriré igual”, añade, no sin antes mostrar una leve tristeza en sus palabras.

Y es que no solo cargan el peso de unas frutas, sino el de sus destinos, el de sus penas y tristezas, pero también el de sus sueños y deseos. Ambos Roshi y Elías son el contraste entre un sueño truncado y uno por realizarse, pero  con el mismo afán laborioso. Con la honestidad en cada mandado y con la sonrisa en cada  palabra.


Por Joel Peralta

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